miércoles, 7 de marzo de 2012

preparemos la pascua

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El domingo pasado veíamos cómo el camino del seguimiento de Jesús nos llevaba a la cima del monte de la transfiguración, de la felicidad que todos buscamos: subir la montaña exige esfuerzo, empeño, ilusión, pero una vez “cargadas las pilas” hay que bajar dispuestos a abrazar la cruz que conlleva el mantenerse fieles hasta llegar a la meta.
Es, por lo tanto, un camino que no está exento de tentaciones y cruces, pero donde también hay experiencias de encuentros significativos con él.
No es un camino de seguridades como si sólo consistiese en realizar una serie de actos religiosos y ya está.  
La vida de los creyentes está marcada, eso sí, por la referencia a Jesús. Con él nos encontramos en la Comunidad.
El culto a Dios ya no se realiza a través de un templo físico sino a través de la persona misma de Jesús. Porque el culto verdadero no está en las formas sino en la vida, “en Espíritu y Verdad”. Para nosotros ahora la vida es Cristo y celebrar nuestra adhesión de fe a Jesucristo es celebrar que él es para nosotros Espíritu, Verdad y Vida.
La relación con Dios tiene ahora, como mediación insustituible, la persona de Jesús, el Hijo Amado, que a su vez quiere ser reconocido en la persona de cada uno de los hijos de Dios y en la comunidad de hermanos.
Tal vez nos ocurre que tampoco nosotros nos hemos liberado del culto del viejo templo. Seguimos acercándonos al culto con ojos mercantilistas.
Esto es lo que indigna a Jesús, que convirtamos el culto en un mercadeo con Dios. Un tal mercadeo puede tener dos manifestaciones. La más tosca sería el mercadeo crematístico con los actos de culto: “¿cuánto cuesta el bautizo, la boda…?”.
La manifestación más sutil de este mercadeo es la que pretende directa o indirectamente el chantaje a Dios mediante la multiplicación de actos de culto, incluso utilizando a los santos. Otra manifestación de este culto de mercadeo es la que se expresa en un culto externo y legalista. La del que hace las cosas por cumplir sólo.
Algo trascendental es lo que Jesús está queriéndonos transmitir, cuando es la única vez en todo el evangelio que le vemos utilizando una cierta violencia. Con el culto estamos ante el supremo servicio que podemos ofrecer a Dios, el sacrificio de alabanza y de gloria. Pues bien, el templo en que se ofrece este culto a Dios no es un edificio de piedra, el verdadero templo es la persona de Jesucristo, el verdadero templo es cada persona, el verdadero templo es la persona del pobre.

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