la intercesión y el ejemplo de algunos santos, que acompañan
la Misa de la fiesta con la reunión familiar en torno a
suculentos botelos, reclamo de nuestra variada gastronomía.
No viene mal unas pinceladas de la vida de
estos ilustres de la fe y del amor a Dios y al prójimo
17 de enero - San Antonio Abad
Conocemos la vida del abad Antonio, cuyo nombre significa "floreciente" y al que la tradición llama el Grande, principalmente a través de la biografía redactada por su discípulo y admirador, san Atanasio, a fines del siglo IV.
Este escrito, fiel a los estilos literarios de la época y ateniéndose a las concepciones vigentes acerca de la espiritualidad, subraya en la vida de Antonio -más allá de los datos maravillosos- la permanente entrega a Dios en un género de consagración del cual él no es históricamente el primero, pero sí el prototipo.
En su juventud, Antonio, egipcio hijo de acaudalados campesinos, se sintió conmovido por las palabras de Jesús, en el marco de una celebración eucarística: "Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres..."
Así lo hizo el rico heredero, reservando sólo parte para una hermana, a la que entregó, parece, al cuidado de unas vírgenes consagradas.
Llevó inicialmente vida apartada en su propia aldea, pero pronto se marchó al desierto, adiestrándose en las prácticas eremíticas junto a un cierto Pablo, anciano experto en la vida solitaria.
En su busca de soledad y el desarrollo de su experiencia, fijó su residencia entre unas antiguas tumbas, como gesto profético, liberador. Los hombres de su tiempo temían a los cementerios, que creían poblados de demonios. La presencia de Antonio entre los abandonados sepulcros era un claro mentís a tales supersticiones y proclamaba el triunfo de la resurrección. Todo es de Dios, que en Cristo lo ha redimido todo; la fe descubre siempre nuevas fronteras donde extender la salvación.
Pronto la fama de su ascetismo se propagó y se le unieron muchos fervorosos imitadores, a los que organizó en comunidades de oración y trabajo. Dejando sin embargo esta exitosa obra, se retiró a una soledad más estricta en pos de una caravana de beduinos que se internaba en el desierto.
No sin nuevos esfuerzos y desprendimientos personales, alcanzó la cumbre de sus dones carismáticos, logrando conciliar el ideal de la vida solitaria con la dirección de un monasterio cercano, e incluso viajando a Alejandría para terciar en las interminables controversias arriano-católicas que marcaron su siglo.
Sobre todo, Antonio, fue padre de monjes, demostrando en sí mismo la fecundidad del Espíritu. Una multisecular colección de anécdotas, que nos ha legado la tradición, lo revela poseedor de una espiritualidad incisiva, casi intuitiva, pero siempre genial, desnuda como el desierto que es su marco y sobre todo implacablemente fiel a la sustancia de la revelación evangélica. Se conservan algunas de sus cartas, cuyas ideas principales confirman las que Atanasio le atribuye en su "Vida".
Antonio murió muy anciano, hacia el año 356, en las laderas del monte Colzim, próximo al mar Rojo; al ignorarse la fecha de su nacimiento, se le ha adjudicado una improbable longevidad, aunque ciertamente alcanzó una edad muy avanzada.
La figura del abad delineó casi definitivamente el ideal monástico que perseguirían muchos fieles de los primeros siglos.
No siendo hombre de estudios, no obstante, demostró con su vida lo esencial de la vida monástica, que intenta ser precisamente una esencialización de la práctica cristiana: una vida bautismal despojada de cualquier aditamento.
Para nosotros, Antonio encierra un mensaje aún válido y actualísimo: el monacato del desierto continúa siendo un desafío: el del seguimiento extremo de Cristo, el de la confianza absoluta en el poder del Espíritu de Dios.
SAN Sebastián (mártir)
Festividad: 20 enero (Iglesia Católica), 18 diciembre (Ortodoxa)
Atributos: flechas
San Sebastián fue soldado del ejército romano del emperador Diocleciano, quien -desconociendo que era cristiano- lo nombró jefe de la primera corte de la guardia pretoriana imperial.
Nació en Narbona (Francia) en el año 256, pero se educó en Milán. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios de idolatría. Como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de su religión. Fue denunciado al emperador Maximiano, quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.
El santo escogió la milicia de Cristo; decepcionando al emperador, le amenazó de muerte, pero Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido Maximiano, le condenó a morir: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos, se acercaron y al verlo todavía con vida lo llevaron a casa de Irene, una noble cristiana romana que lo mantuvo escondido y curó las heridas hasta que quedó restablecido.
Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero Sebastián se negó. Se presentó con valentía ante el emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximiano mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia , en la célebre catacumba que lleva su nombre. Murió en el año 288.
Culto
El culto a San Sebastián es muy antiguo; es invocado contra la peste y contra los enemigos de la religión, y además es llamado "el Apolo cristiano" ya que es uno de los santos más reproducidos por el arte en general. Su fiesta se celebra el 20 de enero y ha estado siempre unida a la de San Fabián, en la festividad de los Santos Mártires.
SAN TIRSO, MÁRTIR 28 de enero Como el acero toledano
La devoción a San Tirso está extendida en toda España y, muy especialmente en la provincia de León. Es Patrono de Villafranca del Bierzo y de muchos otros pueblos leoneses, su fiesta se celebra el día 28 de Enero.
En la primera mitad del siglo III, Tirso era un fornido atleta cuyo oficio era la vida del circo. En aquel tiempo gobernaba en Cesárea de Bitinia un tal Cambricio, acérrimo perseguidor de cristianos, quien había detenido y ordenado degollar a un valiente cristiano llamado Leucio, por ello, Tirso se enfrentó al gobernador exhortándole a que no se derramara más sangre inocente en nombre de los dioses falsos a los que adoraba.
El odio del emperador Decio a los cristianos es un incendio en los dominios de Roma. Prenden sus llamaradas en los satélites repartidos a lo largo de las Provincias del Imperio y en Cesárea de Bitinia, Combricio, el gobernador persigue a sangre y fuego a los seguidores de Cristo. A esta ciudad llega un catecúmeno español, de Toledo. Siente la fe tan viva como un mártir. Presencia el suplicio de San Leoncio y admirado de la constancia de este héroe del Cristianismo, atrevido y valeroso, se presenta ante el tirano, para pedir respeto para la religión de Jesucristo; pues, ¿Qué mayor bien puede haber para los hombres que el de su eterna felicidad? Y siendo innegable este principio, ¿qué razón te mueve para querer obligarlos a que tributen culto a unas vanas estatuas y que los nieguen al verdadero Dios?
La amonestación o reproche de Tirso sorprendió mucho al gobernador, pues sabía que Tirso siempre había sido pagano.
Con valentía, Tirso dijo a Cambricio que era cristiano, y, si era preciso moriría en defensa de la verdad. El Soberano le mandó detener y le sometió a diversas torturas, entre ellas, con el fin de descuartizarle, ordenó que dos corpulentos esbirros le serrasen por la mitad.
Con ayuda divina, ante la gran sorpresa de Cambricio Tirso salió ileso de todos los tormentos.
Son los verdugos Sabino y Víctor los encargados de esta inhumanidad, pero la sierra no se mueve, no toca al Mártir. Levanta Tirso los ojos y las manos al Cielo, Obrador de, tantos prodigios, y pide unirse para siempre con Cristo. Un día 28 de enero, por el año 252, Tirso entra triunfalmente en Cielo.
. San Isidoro de Sevilla le incluyó en el Ofició mozárabe. Se celebra su fiesta el 28 de enero.
2 de febreo
Presentación de Jesús en el Templo
Y como se cumplieron los días de la purificación de ella, conforme á la ley de Moisés, le trajeron á Jerusalen para presentarle al Señor
María y José llevaron a Jesús al templo y según la costumbre, ofrecieron como sacrificio dos tórtolas. En el templo se encontraba Simeón que tenía fama de ser un hombre justo. Al verlos tuvo la convicción de que actuaba impulsado por el Espíritu, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo el Nunc dimittis. Las escrituras lo narran así:
Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel;
La profetisa Ana vivía en el templo y al presenciar aquel acontecimiento comenzó a hablar del Niño a todo aquel que esperaba la redención de Jerusalén:
Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Phanuel, de la tribu de Aser; la cual había venido en grande edad, y había vivido con su marido siete años desde su virginidad. Y ésta, sobreviniendo en la misma hora, juntamente confesaba al Señor, y hablaba de Él á todos los que esperaban la redención en Jerusalen.
Representaciones en el arte
La primera vez que se trata este tema artísticamente es en el mosaico del arco triunfal de la iglesia de Santa María la Mayor de Roma, del siglo V donde figuran los cuatro protagonistas. Por lo general la escena es representada con María ofreciendo al Niño a Simeón, o Simeón con el Niño y María haciendo la ofrenda de las tórtolas. En algún rincón se encuentra casi siempre Ana la profetisa y a veces también José. El pintor holandés Rembrandt repitió este tema en varias ocasiones.
3 de febrero --- San Blas
Blas nació en Armenia. Al principio ejercía la medicina, y aprovechaba la gran influencia que le daba su calidad de excelente médico para hablarles a sus pacientes de Jesucristo, y hacer discípulos suyos. Al conocer su gran santidad, el pueblo lo eligió obispo de Sebaste, (al sur de Rusia).
Cuando estalló la persecución de Diocleciano, se escondió en una cueva de la montaña, y desde allí dirigía y animaba a los cristianos perseguidos y por la noche bajaba a la ciudad a ayudarles y a socorrer y consolar a los que estaban en las cárceles, y a llevarles la Eucaristía.
Cuenta la tradición que a la cueva llegaban las fieras heridas o enfermas y él las curaba. Y los animales venían en gran cantidad a visitarlo. Un día vio que llegaban los cazadores del gobierno y espantó a las fieras para librarlas. Los cazadores, en venganza, se lo llevaron preso. Su llegada a la ciudad fue un paseo triunfal, pues todas las gentes, aun las no cristianas, salieron a aclamarlo como santo benefactor y amigo de todos.
El gobernador le ofreció ventajas temporales si dejaba el cristianismo, pero San Blas proclamó que él sería amigo de Jesús y de su santa religión hasta el final de su vida. Entonces fue apaleado brutalmente y le desgarraron su espalda. Pero durante todo este feroz martirio, el santo no profirió ni una sola queja. El rezaba por sus verdugos y para que todos los cristianos perseveraran en la fe. El gobernador, al ver que el santo no dejaba de proclamar su fe en Dios, decretó que le cortaran la cabeza. Y cuando lo llevaban hacia el martirio iba bendiciendo a la multitud que lo miraba llena de admiración y su bendición obtenía la curación de muchos.
Una mujer tenía a su hijito agonizando porque se le había atravesado una espina de pescado en la garganta. Corrió hacia un sitio por donde debía pasar el santo. Se arrodilló y le presentó al enfermito que se ahogaba. San Blas colocó sus manos sobre la cabeza y rezó por él. La espina desapareció y el niño recobró su salud. El pueblo lo aclamó entusiasmado.
Le cortaron la cabeza el año 316. Y después de su muerte empezó a obtener muchos milagros de Dios en favor de los que le rezaban. Se hizo tan popular que sólo en Italia llegó a tener 35 templos dedicados a él. Su país, Armenia, se hizo cristiano pocos años después de su martirio.
Es Patrono de los cazadores, y los fieles le invocan como eficaz protector contra las enfermedades de la garganta.
A San Blas, tan amable y generoso, pidámosle que nos consiga de Dios la curación de las enfermedades corporales de la garganta, pero sobre todo que nos cure de aquella enfermedad espiritual de la garganta que consiste en hablar de todo lo que no se debe hablar y en sentir miedo de hablar de nuestra santa religión y de nuestro amable Redentor, Jesucristo.
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